Lo amé de repente,
al verlo tan pequeño,
tan gris, tan vacío,
tan desesperanzado, tan pobre,
tan frío,
tan ilimitadamente solo,
que lo deje entrar
en mi cauce de errores viejos.
Su risa
encaminaba hacia un gorgoteo lento
como de una roca que se hunde.
La sombra de las nubes
cambiaba la expresión
de su mirada,
sus pupilas se extendían
hasta tocar el cielo,
pero nadie oyó sus palabras
pero nadie oyó sus palabras
y su generosidad cayó
sin hacer ruido
en la tierra seca,
para después ser pisoteada
con indiferencia.
Este ha sido su único, modesto
y pequeño vacío,
donde el pequeño y redondo ojo de Dios
se encuentra en el fondo
de un blanco plato sopero,
rígido de acero y cólera.
AOC.©.2012
Gráfica: Shan Taun // Kathe Kollwitz // Igor Olejnikov